martes, 24 de octubre de 2017

Capítulo 133 "Pa colmo de bienes"

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Llegué ayer de Argentina y lo segundo que hice fue traerme hasta su esquina, la esquina de marras, como si fuera un deber. Lo primero dejar la valija en el cuarto del hostal en el barrio Santa Cruz. Y pa colmo de bienes, como si Pensión Vergara se sumara a la cábala, me dieron la misma habitación de hace dos años, llena de luz y de Wifi. Abrí la ventana que da al colegio repleto de nenes gritones y después bajé las angostas escaleras a paso ligero. El corazón empezó a galoparme apenas tomé por Mesón del Moro y llegando a La Giralda ya me quería volver. Tenia terror de encontrármela a ella, a la Gitana, su guapa y joven mujer, a quien supo ser mi aliada cuando aún navegaba las aguas de la inconsciencia. Terror de que esté enojada, muy enojada. de que me odia. Recordemos que en un momento me pidió que lo dejara, que ya estaba bien, cuando se enteró de lo que se enteró, todavía no sé cómo, si alguien puede haberle contado o qué. Pude hacer lo que me pedía a medias, luego la abstinencia me obligó a retomar. Perdón, Gitana. Tengo miedo de que me vea y corra a avisarle que estoy de regreso… ¡Porque una vez estuvo bien, PERO DOS! ¡Questa xica al final e una loca denserio, Hesú! (Miedo al rechazo, ese que rige nuestras existencias).

Seguí adelante porque fóbica pero tenaz (tanto coraje mal empleado...), ignorando que en pocas semanas me iba a arrepentir de no detenerme a tiempo, como aconseja el Fulano, parar a tiempo es el negocio redondo, pero no todos nacemos con intuición de apostadores, qué le vamos a hacer. Entré al bar de la esquina y pregunté si el loco seguía viviendo ahí a la vuelta. Pues sí, me dijo el mozo. Sintiéndome un acosadora serial (sensación maravillosa si la habrá) me aposté en esta misma mesa a esperar, en la que estoy escribiendo. La hora no era la mejor, las cinco de la tarde es el momento de la siesta acá en Sevilla pero lo llamé igual, sin haber comprado mi chip orange igual lo llamé, sin pensar en que la comunicación me iba a costar una fortuna. Quizá por ansiosa, quizá para cagarla bien desde el comienzo porque la infelicidad y la desdicha nos las causamos nosotros mismos, bien que nos pese.

Sonó un par de veces y atendió. Dios mío. ¡Atendió él! ¿Hola? Quién é, respondió, tras un corto silencio. Soy Marina de Argentina, estoy abajo de tu casa y te vengo a secuestrar, ¿está mal? (Pausa corta y de malasangre) ¡¿Por qué?! ¿Por qué no tendré un poco de puto filtro en los momentos cruciales? Hizo un silencio más largo y luego: Sí, bueno... Pero yo ahora estoy profundamente dormido… Sentí que se me aflojaban las piernas. Y claro, ya al momento en que lo dije pensé: la he cagado, porque el tipo es gallego y los gallegos se toman todo literal, no entienden de ironías, no cachan el chiste ajeno, además no me ve hace mil años y dormido como estaba como para entender una humorada… ¡Marina, así no, Marina! 


Le dije que entendía y que lo llamaba después. Me quedé unos segundos con el teléfono en la mano, mirando la nada. Omití el almuerzo. Con una profunda angustia terminé mi coca cola y me fui para la estación de micros. Angustiada. Sí, la pseudoheroína de este cuento se angustia a mares. Enojada, arrepentida, decepcionada. Por momentos la risa intentaba contaminar el estado de desconcierto, por su digna respuesta de loco andaluz, si ya es sabido que pa secuestro hay que estar espabilao. No me reí. Me negué. La indignación que sentía me lo negó. Llegué a la Plaza de Armas y saqué pasaje para Córdoba que en dos días lo íbamos a joder al otro, ese se espanta menos, me parece. Cuando no sabes lo que haces y lo que haces es lo mejor, eso es inspiración, supo decirme dos años atrás, tenía razón. (Capítulo siguiente)

Continuará…

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