Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste, decía Quiroga pero claro, acá mis muchachos tienen autonomía, tienen nombre, apellido y están anotados en el registro civil, tienen gustos y reacciones propias y eso es lo atractivo y espeluznante del asunto, un poco puedo persuadirlos a dar los giros que a mi relato le convienen pero no siempre acceden, por suerte, porque así me desconciertan y me llevan a lugares inimaginables:
Sigo parada frente a la colina, como hace dos años. En medio pasaron un montón de cosas y no puedo pretender que nada cambió como usted pretende después de media vida con su gordo panzas, que le diga piropos al igual que el primer día… Imposible, vieja, a menos que quiera que su gordo termine pagando la multa porque ahora los piropos serán penados por la ley. El gordo le dice algo que usted considera medio cochino y se quedan los dos sin vacaciones en Santa Teresita (siguen queriendo reglamentar el instinto).
Y fíjese que si a mi se me ocurriera denunciar en la red social al famoso del que hablé en el capítulo 119 porque “me forzó” a hacer lo que hice se arma un escándalo bárbaro, los defiendevíctimas se pondrían de mi lado sin averiguar absolutamente nada y yo en el fondo sabría que es mentira, que es porque me dejó y porque la última noche me hizo tragar una película de Bin Laden aburridísima y entonces me vengo de esta manera porque estoy loca pero además soy mala (el mundo es una comedia en la que muere gente).
Continuará...
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