sábado, 18 de noviembre de 2017

Capitulo 149 "Tacones cercanos"

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Baja del auto y abre la puerta del garaje, todavía el mismo graffiti pintado: “OBDC”. Lo mete adentro, detrás de una camionetita blanca clava el freno de mano. Bajo y cierro despacio, como no queriendo levantar la perdiz pero el auto es viejo y la bisagra chilla que da calambre. Agarra del piso una caja de cartón que hace ruido de botellas. Intenta manotear algo del auto pero no puede con todo, vuelve a ponerse nerviosa, me pide que la ayude. Saco un pequeño bolso y la carpeta negra del asiento de atrás. Cierra el portón. Damos vuelta a la esquina, no hay un alma en la calle, lo único que se oye es el ruido de sus tacos, tacones cercanos.

Y cuanto más lejos vamos más única, más personal se vuelve la vida, le leí una vez creo que a Rilke. La obra de arte es la expresión necesaria de esa realidad singular, decía el tipo, y para eso tenemos que entregamos a lo que venga pero no pronunciar palabra sobre el procedimiento creativo porque nadie entendería la chifladura que nos es propia. Así que hoy dejo de intentar que comprendan por qué le tengo tanto apego a este blog aquellos escritores que se quedan en la orilla, en la superficie, que opinan sobre la libertad desde la segura cárcel de su living con vistas a la sierra o al lago Titicaca, que se sienten héroes mandando a sus personajes a la guerra y creen que eso es mezclar realidad con ficción. Además ¿qué tanta obsesión de que alguien comprenda algo, no? ¿Para qué? Y vuelvo al grano:


Frente a la puerta del templo me agarran unos nervios bárbaros, como debe ser. Supongo que adentro nos espera el señor de las preguntas y tendrá alguna cuestión que hablar conmigo que espero no sea de calumnias, injurias y todo lo que diga puede ser usado en mi contra, por haber usado su nombre acá mismo, a dónde usted tiene en este momento sus ojos y su atención. Ella busca la llave en su cartera, no la encuentra, se ofusca de nuevo, me encaja la caja, espío lo que tiene adentro: aceite de oliva. Te pido disculpas…, le digo en este inoportuno momento. Miro la cerradura que insiste en caldearle la paciencia. No sabía que podía perjudicarte, perjudicarlos... Ella deja de mover la llave. Ya, responde secamente, pero te he pedido que deje de escribí y tú ha seguido adelante, mira... La cerradura cede, la puerta se abre, entra ella al laberinto borgiano. (sigue)

Continuará...

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